Mushin

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Una tarde atípica para el mes de febrero en Buenos Aires. Fresca, sin nubes y con una temperatura agradable que invitaba a practicar las actividades que, los dos viejos amigos, disfrutaban sin vueltas: conversar y soltar flechas.

La casa de los padres de Pablo, en las afueras de la ciudad, era un bonito chalet de dos plantas, con muy pocos vecinos alrededor y un fondo verde de aproximadamente treinta metros. Un terreno ideal para intercalar los distintos retos que con humor e ingenio se proponían, uno al otro, al ritmo de silenciosos disparos.

Sobre la mesa plástica, el equipo completo de tiro, el teléfono para escuchar algo de música y una botella de agua que nunca está de más. Desde el centro, una amplia sombrilla a rayas multicolores, que protegía de los impiadosos rayos de sol, durante el cruel verano.

– El cuatro de copas – afirmó Iván sin desviar la mirada del frente;  Pablo asintió con la cabeza sin decir una palabra.

– Te lo digo, amigo, resistir o huir, en eso se divide el mundo – susurró antes que se escape de su mano el ligero proyectil.

Apenas un instante después, la punta atravesaba el objetivo al ritmo de un suave “tushhh”, quedando clavada en el fardo de paja que hacías las veces de contenedor.

Una sonrisa de satisfacción y un paso al costado, para dejar libre la imaginaria línea de tiro.

– Nada mal, ¿no? – preguntó orgulloso.

– Si, si, si….Ya veremos cuando estemos a 30 metros, Robín – respondió Pablo con ironía mientras se apostaba de cara al blanco.

–  ¿Que te parece…, el dos de oro? – señaló dubitativo.

–  Mmmmm… ¿la moneda de arriba o la de abajo? – dijo Iván con cierto grado de maldad.

La mirada desafiante no se hizo esperar.

– La que quieras genio. No se van a ir a ningún lado.

– Okey, entonces que sea la cara de abajo – contestó Iván frotándose el mentón.

Pablo, inclinó ligeramente la cabeza mientras ajustaba los cálculos mentales de trayectoria, viento y altura.

Una vez satisfecho, volteó hacia Iván y preguntó, sin anestesia, mientras extendía el arco sin tensar:

– ¿Y que tiene que ver eso con que ella no te llame?

Iván mantuvo su mejor cara de póker y, con el mismo tono displicente, agregó sin parpadear:

– Mejor que sea el oro de arriba – ahora una mueca iluminaba su cara, a sabiendas que el superior, era más difícil de acertar por cuanto allí se encontraba el agarre que sujetaba la carta contra el para-flechas.

– Nada. Sos vos quien asocia equivocadamente las cosas – continúo mirando el objetivo.

– Te conozco, amigo. Es tu manera de romper el hielo – sonrió con franqueza – Cuando sacas temas religiosos, políticos o filosóficos, sé que hay otra cosa detrás que te molesta, solo que no lo vas a admitir ni en mil años –agregó con voz socarrona – ¿Qué fue la última vez que se distanciaron? ¿La fe?, ¿la reencarnación?… a decir verdad, ya ni me acuerdo.

Iván alzó el dedo señalando el blanco, sin decir una palabra.

– Allá vamos amiga, no me dejes ahora – sentenció sin más. El próximo sonido fue el “tushhh” que produjo la flecha al traspasar el objetivo.

– ¡Así se hace, nena!. Oro y acero, hermano, oro y acero – exclamó satisfecho mirando a su amigo.

– Como te decía -continuó Iván ceremonioso sin hacer caso a Pablo – todas nuestras acciones se circunscriben a dos respuestas posibles frente a una misma hipótesis de conflicto: permanecer o huir. Cada opción en sí misma, encierra un universo de alternativas. Pero el camino que escojamos, indudablemente, definirá de que estamos hechos.

Pablo suspiró, sabiendo que sería una tarde profunda y farragosa la que le esperaba. Así que sin pronunciar juicio alguno, se mantuvo inmóvil con las manos apoyadas sobre el extremo de su “Long Bow” como en aquellas viejas postales de cazadores furtivos.

– Y te digo más – continuó con su discurso – hay una lucha que se genera en nuestro interior para tomar uno u otra decisión, es lo que conocemos como estrés. Hay quienes pueden manejarlo y quienes se quedan congelados.

Ahora, su tono era serio y profundo.

– Pensalo de este modo – prosiguió tras una muy breve pausa – unos hombres se aproximan con el firme propósito de atacarnos. A primeras vistas, tenemos dos opciones: enfrentarlos o huir. Si escogemos la primera, podremos ganar o perder con distintas consecuencias, si en cambio optamos por replegarnos, nuevamente se aparecen distintas posibilidades, tal vez tengamos éxito o, por el contrario, caeremos en desgracia. Sin embargo, en ambos casos deberemos vivir con el resultado de nuestras elecciones.

– Bueno, huir no tiene nada de malo. Si el grupo de hombres esta armado o nos superan ampliamente en cantidad, sería hasta lógico – agregó Pablo mientras sacaba una flecha de su carcaj.

Iván tensaba el arco y miraba hacia adelante.

– ¿El caballo de espadas? – preguntó con naturalidad.

– Mejor el ancho de bastos – replicó Pablo, aprovechando la ocasión para devolver la gentileza.

Iván no hizo caso, dos segundos más tarde, la saeta giraba por el aire surcando el césped hasta impactar en medio de la carta.

– No, amigo, escapar no tiene nada de malo; en algunos casos, es hasta necesario. Un auténtico guerrero debe saber de cuales batallas puede resultar victorioso y de cuales no. Incluso, algunas veces para ganar, hay que saber perder.

– Yo creo que no todo es blanco o negro, si no que hay matices de grises – sostuvo Pablo mientras acomodaba el nock sobre la cuerda y elevaba el arco casi en cámara lenta – Si vinieran esos hombres, podríamos gritar por ayuda, o intentar dialogar o, tal vez, intimidarlos con nuestras armas- sonrió feliz frente a sus conjeturas, poco antes de extender su brazo.

– Si, claro que si, y todas esas acciones corresponden a una elección de quedarse – refutó Iván concentrado – Sea que aguantemos o nos vayamos, cada hipótesis en sí, conlleva múltiples resultados. Muchas veces ni siquiera permanecer o marcharse implican una acción física. Puede tratarse de una cuestión mental. Imaginá ahora esto – sugirió con voz pausada – No te gusta el trabajo donde estás. Podes renunciar y buscarte otro o, simplemente, seguir soportando día tras día el calvario laboral. Estás abrumado por los estudios. Las opciones siguen siendo dos, continúas hasta recibirte o renuncias. Como ves, los ejemplos pueden ser miles. En algunos supuestos la decisión surge de manera inmediata, en otras, pues… puede llevar meses…. o años de profunda meditación.

– El otro oro del dos – afirmó mientras le señalaba hacia el frente con una flecha, cambiando súbitamente el tema como era costumbre en este tipo de eventos.

Sin tiempo que perder, el próximo sonido fue el contundente y sutil “tushhh”. Las plumas amarillas que apenas sobresalían del fardo de paja, indicaban claramente que Pablo había acertado una vez más. Un tiro vibrante, fuerte pero, a la vez, limpio.

Era el turno de Iván, quien tomaba con elegancia la posta, esperando que su adversario sugiriera el próximo objetivo.

– A ver, ahora……creo es tiempo de redoblar la apuesta… me parece que el anillo a la derecha del globo verde es un buen desafío – expresó entre cavilaciones, sin perder la calma.

– Perfecto – respondió Iván entusiasmado.

– Pero… ¿Y que tiene que ver lo del estrés… eso de…. permanecer o huir… – preguntaba Pablo en forma pausada – con que…. no te haya llamado? – descerrajó finalmente mirando el suelo, haciendo grandes esfuerzos para contener esa sonrisa burlona que utilizaba para sobrar a su amigo.

Si alguien hubiera podido ver la soltada de Iván desde afuera, podría haber asegurado, sin equivocaciones, que la flecha era veneno en el aire.

Cruzó los veinte metros en un parpadeo, y el sonido apagado que venían haciendo los diferentes impactos, fue reemplazado por uno metálico, producto del choque de la punta cónica contra el nock plástico encastrado en la flecha de Pablo que reventaba por los aires. De haberse tratado de varillas de madera, literalmente lo habría partido al medio. Era un auténtico tiro de películas, un perfecto “Robin Hood”.

– ¡Si serás cabrón! – refunfuñó Pablo – ¿sabes que son como veinte dólares cada flecha, no?.

Iván ponía cara de falso compungido – Pero…pero… no se que pasó. Le apuntaba al anillo, tal vez se me fueron los dedos – agregó mirándose las manos – o el viento…no se…

– Si, si como no y yo soy Kevin Costner!. Si serás resentido – escupió mientras montaba su flecha en el arco y disparaba sin piedad sobre el globo que estallaba medio segundo más tarde.

– Si te tiene tan mal, – agregó fastidiado – no se porque no la llamas vos, y te dejas de joder! –  maldijo Pablo, mientras volvía a soltar otra flecha que pegaba junto a la primera haciendo aplaudir los astiles.

– Que temperamental – alcanzó a susurrar Iván por lo bajo. Sin darle importancia. Apenas un momento después, retomaba  su discurso como si nada hubiera pasado.

– Descubrí que los orientales, quienes tienen una palabra para describir cada cosa, utilizan un concepto que podría resolver la situación: “Mushin no shin”, es decir: “mente sin mente”. Se trata de alcanzar un estado de libertad, tratando de anular aquellas emociones que nublan nuestro juicio en el combate. De esta forma, cuando se presenta una situación amenazante, el cuerpo responde intuitivamente de manera que la razón o el juicio, desaparecen de escena. Simplemente dejamos de pensar y actuamos… casi como si fuera un reflejo condicionado; como pasa cuando disparamos flechas. Estoy convencido, que alcanzar ese nivel mental sería una manera contundente de vencer al estrés que nos genera tener que decidir frente a una situación critica si permanecemos heroicamente en el lugar o huimos, cual rata por tirante.

– Yo creo que el que perdió la razón ahora sos vos, Iván – manifestó Pablo viendo directo al rostro de su amigo con los ojos bien abiertos, aún fastidiado por el anteriro disparo.

Con esa afirmación contundente y en un juego de miradas cómplices, unas risas se filtraron de sus bocas y, al poco rato, se convirtieron en sonoras carcajadas que reverberaron por los aires del campo durante varios minutos.

– Es inútil –  dijo Pablo – no se puede estar enojado con vos.

– Si, si, es verdad, yo te hablo de filosofía y vos me lloras por una flecha pedorra – retrucó Iván con sarcasmo, mientras se secaba las lágrimas de los ojos.

De fondo, en la radio sonaba la canción “oxidado”. La hora del té había pasado de sobras y el olor del pasto recientemente cortado, flotaba por todas partes.

– Dale, vamos a buscar las flechas antes que cambie de opinión – dijo Pablo finalmente.

La caminata fue lenta y silenciosa. Constataron los resultados sin sorpresas, ya que ambos habían acertado en cada desafío planteado. No había dudas: eran dos grandes tiradores.

Finalmente  Iván, mientras extraía la última flecha, decidió hablar:

– Y vos, llegado el caso, ¿que harías? – preguntó mirando de reojo a su camarada.

– ¿Que haría con qué?, ya te dije, la llamaría y me dejaría de romper flechas a los amigos – sentenció muy seguro, exhibiendo en el aire el tubo de aluminio rajado en su extremo.

– No, no… digo… Que harías -repitió pausado Iván – ¿huirías o permanecerías?

– Qué se yo, depende de la situación. No se, algunas veces, como dijiste, hay que lucharla, otras no. Ya sabés, soldado que huye sirve para otra guerra – aclaró alzando las cejas, sin ocultar sorpresa. – ¿Y a qué viene eso?.

La mirada de Iván era diferente, estaba viendo, pero sin ver, como si su mente tratara de descifrar algo. Una suerte de cálculos mentales que resolverían la trayectoria de quien sabe que cosa. Fue un momento reflexivo, casi meditativo.

– Creo que solo hay una manera de saberlo, amigo – propuso Iván con voz profunda.

Como otras tantas veces, extendió el brazo empuñando el arco mientras que, con su mano libre, extrajo una flecha del carcaj que habilmente montó en medio del servinado. Arqueó su cuerpo ligeramente y apuntó en dirección al cielo.

El puño cerrado con fuerza, casi estrangulando el mango de madera maciza mientras que la diestra tensaba la cuerda en dirección al rostro. Los hombros trabados, los brazos rectos y los nudillos blancos denotaban la presión que estaba haciendo. La respiración entrecortada, y la mirada perdida.

– ¡Pará Iván!, ¿qué hacés?, ¿te volviste loco?- preguntó Pablo preocupado, sabiendo que, por más simpatía que se pueda tener a tan noble elemento, registra más muertes en su historia que días tiene un año.

La mano delantera pronto se aflojó, dejando el arco suavemente apoyado sobre la palma, casi en un perfecto equilibrio. El codo al frente, adquirió una ligera flexión, y los hombros se relajaron permitiendo que la flecha se alineara de un modo natural, casi descansando. La derecha que servía de anclaje, paulatinamente se fue aflojando, hasta que toda la postura quedó bien definida, sin una sola muestra de esfuerzo o tensión. Un latido, otro y la flecha se escapó de los dedos antes de sonar nuevamente el corazón. Limpia, silenciosa y peligrosa. De este modo, ganaba altura la negra varilla coronada de rojas plumas hasta perderse de vista.

– ¿¿Estás en pedo?!! – gritó Pablo con visible enojo – ¡¡Raja de acá que cuando caiga, nos ensarta como un chorizo!! – agregó mientras corría a grandes pasos hacia el alero de la casa, consciente que “todo lo que sube, tiene que bajar”. Y en este caso, con la misma potencia con que salió despedida.

Iván soltó el arco y, sin moverse del lugar, extendió los brazos con las palmas hacia el cielo. Su mirada hacia arriba era tranquila, su rostro sereno. Había paz dentro de la locura desatada. Tal vez una cita prematura con un destino incierto, que no muchos buscarían enfrentar.

Si el tiro fue ejecutado con precisión, es decir sin ángulo que interfiriera. La flecha continuará su viaje ascendente, hasta que la gravedad haga su trabajo. Llegará un punto en el que las fuerzas se igualarán y el proyectil, tras perder potencia, literalmente se congelará en el aire. Es un breve instante, apenas una fotografía, tras lo cual comenzará su derrotero en sentido inverso. Al ser la punta más pesada, a poco de descender, invertirá su posición y caerá ganando cada vez mayor velocidad. Las plumas, dispuestas en forma helicoidal, permitirán que gire sobre su propio eje, acelerando aún más la velocidad. Es física pura, es histórico, es sencillamente perfecto.

– ¡Tío Iván!, ¡Tío Iván!, ¡Viniste!, ¡Estabas acá! – se escuchó desde la casa.

La voz de una niña que hubiera paralizado cualquier corazón, se filtró inocente y nítida. La sobrina de Pablo, casi de la nada salió corriendo hacia donde estaba Iván alegre y despreocupada. De no haber sido por los gritos de euforia, probablemente ninguno de los dos se hubiera percatado de su presencia. Al fin y al cabo, era sábado y no se suponía que fuera a estar allí. Súbitamente la cara de Pablo se transformó en una mueca de genuino temor.

– ¡!Martína!!… Nooo!!! – gritó con todas sus fuerzas mientras agitaba las manos – ¡¡A la casa!!, ¡¡A  la casa!!

La niña no paraba de gritar, feliz de verle, corriendo con sus manos hacia delante, esperando aferrarse a sus piernas, para que la levante y haga girar por los aires, como era costumbre cada vez que se encontraban.

Iván, por su parte, volteó sobre su hombro sin mostrar ningún sentimiento o emoción. Dio una gran zancada y saltó sobre la pequeña, abrazándola y envolviéndola con su propio cuerpo quedando sobre la pequeña, como un improvisado escudo humano al tiempo que ambos, rodaban por el pasto.

Los ojos azules de Martína se posaron sobre los de Iván, ella reía y gritaba sin dejar de repetir entre risas:

– ¡Tío!, ¡Tío!, ¡Qué bueno que viniste!, ¡Qué bueno que estas acá!, ¿Me trajiste un regalo?

Iván le devolvió la sonrisa con cierta ternura; había serenidad en su voz, cuando finalmente habló:

– Me alegra que también hayas venido vos.

Apenas un instante después, la flecha llegaba al final del azaroso camino, aterrizando una vez más, con silenciosa precisión.

 

FIN

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